"Capítulo
uno: Él adoraba la ciudad de Nueva York. La idolatraba fuera de toda
proporción. No, digamos que la romantizaba fuera de toda proporción. Mejor.
Para él, sin importar qué estación era, ésta aún era una ciudad que existía en
blanco y negro, y que latía al son de las melodías de George Gershwin. No,
comenzaré de nuevo. Capítulo uno: Él era muy romántico respecto a Manhattan
como lo era con respecto a todo lo demás. Medraba en el ajetreo y bullicio de
las multitudes y el tráfico. Para él, Nueva York significaba mujeres bellas y
hombres experimentados quienes parecían conocer todos los ángulos. No, no,
banal. Muy banal para mi gusto. Intentaré profundizar más. Capítulo uno: Él
adoraba la ciudad de Nueva York. Para él, era una metáfora de la decadencia de
la cultura contemporánea. La misma falta de integridad individual que provocaba
que tanta gente tomara el camino fácil convertía rápidamente a la ciudad de sus
sueños en... No, va a parecer un sermón. Aceptémoslo, quiero vender libros.
Capítulo uno: Él adoraba la ciudad de Nueva York aunque para él, era una
metáfora de la decadencia de la cultura contemporánea. Cuán difícil era existir
en una sociedad insensibilizada por, música estridente, televisión,
delincuencia, basura. Mucho enojo. No quiero sonar enojado. Capítulo uno: Él
era rudo y romántico como la ciudad que amaba. Detrás de sus lentes de armazón
negro vivía el poder sexual de un felino. Esto me encanta. Nueva York era su
ciudad. Y siempre lo sería."
Hoy he visto Manhattan de Woody Allen. No es como Annie
Hall, pero tiene un encanto particular que no tiene Annie. ¿Quieren saber qué
es? El identificarnos, sin querer, con su drama y comedia. Es el enredo de una
historia que jamás será posible. Que la felicidad no la alcanzamos aunque
creamos que eligiendo ciertos caminos, podemos llegar hasta ella. No amigos,
nadie nos manda meternos en un jardín de semejantes espinas y pensar que
saldremos de rositas (buen juego de palabras ¿no?).
Creemos que los líos de faldas, de parejas casadas, las
obsesiones con alguien que no nos conviene, son cosas que a nosotros nunca
jamás nos pasarían ¿verdad? Están equivocados, basta con pensar que esos NO son
nuestros problemas para que un día amanezcas y compruebes que llevas meses
enredada con un hombre que, no sólo está casado, sino que además es tu mejor
amigo. ¿Vaya locura no? En más locura se convierte cuando quieres dar ese paso
tan lógico y común de acabar con esa maldita relación humana. Pero ya lo dijo
Woody Allen: nos faltan los huevos.
Somos condescendientes con nosotros mismos al definirnos. Nos
analizamos asumiendo que comentemos errores, pero lo hacemos de una manera
simple, para no herirnos. Nos damos la razón al entender que no actuamos
correctamente y nos autocompadecemos de una desdicha que nosotros mismos hemos
causado. Luego, si sufrimos, caemos en un tierno narcisismo y una
autoflagelación y nos perdonamos sabiendo que volveremos a tropezar una segunda
vez con la misma piedra. Eso sí, parece que hemos cubierto la piedra de
caramelo para que la caída duela menos. Ese es sin duda, el pasatiempo del ser
humano: tropezar, caer y levantarse.
En esta vida hace falta mucho valor para afrontar problemas
y decisiones que creemos que no van con nosotros. Muchas veces tenemos ese valor,
pero el impulso y las ganas de encontrar esa felicidad anhelada nos pueden más,
y siempre optamos por el camino fácil.
El camino fácil, menuda gilipollez. Quien decidiera irse por
el camino fácil en su día es el peor ejemplo de la historia de la humanidad.
Por su culpa hay miles de cabezas pensantes decidiendo junto a mí qué coño
hacer con sus vidas. Y sinceramente, este tipo de decisiones causan demasiados
quebraderos de cabeza.
En fin amigos, yo creo que todos necesitamos de vez en
cuando un guión que nos diga qué decisión tomar cuando llega el momento
oportuno, todos necesitamos un apuntador en algún momento de nuestras vidas que
nos chive esas palabras que nosotros sólo conseguimos pensar y ni tan si quiera
balbucear. Hay veces que pienso que mi vida es una sucesión de acontecimientos
demasiado delirantes como para caer en la cuenta de que vivo en una realidad.
Tiendo a confundir mis sentimientos con la interpretación de un papel. A veces
pienso que tengo tantas emociones que podría vivir en una película sin darme
cuenta de que sólo es ficción. Quizás ese sea el problema, creo que vivo con la
esperanza de que la sinopsis de mi vida no concluya, de que sea una película,
un delirio, que busque a tientas un final feliz.