martes, 17 de julio de 2012

Juego de Tronos


Yo soy tronista, tú eres tronista…ella es tronista. Todas jugamos en este juego de tronos. Todas participamos en el mismo torneo y todas tocamos todos los palos de la baraja. A veces hemos sido princesas en una torre de incalculables metros y hemos sido frígidas y calculadoras con aquellos a los que llamamos hombres. Otras veces hemos sido diosas poderosas y apasionadas que desataban y se desataban por donde pisaban. Hemos sido guerreras y hemos peleado en mil batallas por rozar unos labios. Hemos conocido el dolor y hemos sido las “otras”. Hemos estado en la bando de la fidelidad, despreciando a las que eran amantes y juzgando sin saber. Pero también hemos sido infieles, hemos mordido manzanas envenenadas y hemos traicionado. Hemos pecado de pereza, de avaricia, de soberbia, de ira, de gula, de envidia y de lujuria tantas veces que ya se nos ha cerrado el paraíso. Nunca nos hemos preocupado, porque somos mujeres, y siempre hemos sabido construir nuestros propios paraísos…paraísos artificiales.

La mujer ha luchado siempre por dejar de ser presa del hombre y nunca dejará de ser su mayor pecado. La peor tragedia es que también somos esclavas de nosotras mismas y de lo que somos por ellos. Es un círculo vicioso esta vida. La dependencia es a veces una bendita maldición. Tropezar dos veces con la misma piedra es nuestro pasatiempo favorito. Caer y levantar es nuestra obligación. La insatisfacción, la desesperación y la torpeza son nuestros verdaderos pecados capitales y son entre los que más caemos.

Las mujeres por naturaleza somos entes poderosos, somos una masa perfecta, sabia y fuerte. Pero a veces puede resquebrajarse porque esa masa también anhela en lo más profundo de su ser el miedo, la fragilidad y la locura. Tenemos la cualidad innata, a diferencia de nuestros opositores, de controlar nuestros sentimientos y de calcular con precisión nuestras acciones. Pero somos también naturaleza: desatar nuestra ira es remover la tierra, querer domar a una mujer es como querer domar un océano. Todas somos testarudas,  para nosotras, lo prohibido es hacer algo a escondidas, y luego todas caemos.

Yo soy mujer, sí. Sé de mis fortalezas y conozco mis debilidades y una de ellas es el hombre. Un hombre puede cambiar la mentalidad de una mujer: puede cambiar su manera de amar y de odiar, puede torcer su punto de vista, sus hábitos…puede hacerla débil.

No somos tan distintas a ellos, porque no somos las únicas que engañamos, no somos las únicas que hacemos castillos sobre arena y no somos las únicas que prometemos el cielo. Nosotras sí que sabemos lo que es quemarse cuando se juega con fuego y sabemos lo que es pelear por un trono. Practicamos la consigna de “en el amor y en la guerra todo vale” y nos sabemos de memoria lo que es pisotear.

Por desgracia, siempre dejaremos que nos pisoteen y seguiremos pisoteando…hasta que no quedemos ninguno en pie.